AMOR|
Solamente puede surgir de una relación viva con Dios.
Es un término en la
Biblia que es traducción de varios otros. En hebreo, en el AT, tenemos los
siguientes:
(a)
«ahabah», relacionado con el verbo
«aheb». Se usa:
del amor de Jacob por
Raquel (Gn. 29:20);
del amor de David hacia
Jonatán (2 S.1:26);
del amor de Amnón hacia
Tamar;
del amor hacia los
semejantes, pagado con odio (Sal. 109:4, 5);
del amor del esposo
hacia la esposa (Pr. 5:19);
del efecto del amor en
las relaciones humanas (Pr. 10:12);
del amor de Jehová
hacia Su pueblo (Jer. 31:3; Os. 3:1; Sof. 3:17);
(2) «ohabim», de actos de amor (Pr. 8:18);
(3) «dod», como el anterior (Pr. 7:18; Cnt.
1:2, 4; 4:10, etc.; Ez. 23:17).
En el NT se traduce
«amor» un término griego, «agapë». La palabra «eros», que no se usa en el NT,
conllevaba siempre la idea, en mayor o menor intensidad, de deseo y de avidez.
Con «agapë» se designa el amor de origen divino: del Padre al Hijo (Jn. 3:35,
donde se usa el verbo relacionado, «agapaõ»), de Dios al mundo (Jn. 3:16, igual
observación que en el caso anterior), o de Dios a los creyentes (Ro. 5:5), o el
amor de Dios en nosotros, obrando hacia los demás (2 Co. 5:14), dándose en 1
Co. 13 el más completo conjunto de cualidades de este amor.
Con el vocablo
«philanthropia» se designa el amor dirigido al hombre (Tit. 3:4). Más
exactamente se usa la forma verbal, designando la acción. A este respecto, es
digno resaltar que la primera mención de amor en la Biblia es el amor de padre
a hijo (Gn. 22:2), de Abraham a Isaac; la segunda mención es el amor del esposo
hacia la esposa (Gn. 24:67), de Isaac a Rebeca. Estos dos amores son dos
hermosos tipos del amor: (a) del Padre hacia el Hijo (Jn. 3:35), y (b) del Hijo
hacia Su Iglesia (Ef. 5:25).
Una afirmación
fundamental en las Escrituras es que Dios es amor. No se trata meramente de uno
de Sus atributos, sino que la misma esencia de Su ser es amor. De ahí que el
pecado tenga como consecuencia división, separación, alienación. De ahí también
el énfasis en centrar el comportamiento humano en el amor a Dios y al prójimo
(Mt. 22:34-40; Mr. 12:28-33). Este amor, para ser genuino, tiene que estar
fundamentado ante todo en una relación genuina con Dios, y tiene que provenir
del mismo Dios; las imitaciones no son válidas (1 Co. 13:3). Solamente puede
surgir de una relación viva con Dios ya conocido por medio de Jesucristo (Ef.
3:14-21 con Ef. 5:1-2). Todo lo que no surja de una relación vital con Dios no
es el amor «agapë» descrito en 1 Co. 13, sino el efecto meramente natural.
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