DIOS|
Nombres de Dios en Israel
(Nombres) Se rendía una veneración muy particular al «nombre
de Dios» en Israel (Éx. 20:7; Dt. 5:11). Ello se debe a que este nombre, objeto
del mayor de los respetos por parte de todos los creyentes, era para los
israelitas como la misma persona del Señor. En Éx. 23:20, se dice del ángel que
manifestaba Su presencia que el nombre de Jehová estaba en él, lo que significa
que Dios estaba en él. En Dt. 12:11 leemos que en el país de Canaán Dios se
reservará un lugar donde morará Su nombre. En otros pasajes, el nombre de Dios
viene a ser sinónimo de Su presencia, p. ej., Sal. 20:2: «Jehová te oiga en el
día de la angustia; el nombre del Dios de Jacob te defienda.» Así se explica el
hecho de que entre los principales pecados condenados en el Decálogo figure aquel
que consiste en «tomar el nombre de Dios en vano».
Esta veneración del nombre inefable de Dios (Jehová) llega
entre los judíos hasta extremos rayanos en la superstición. Se llegó a ni osar
pronunciar este nombre, y a prohibir su utilización, e incluso a castigar con
la muerte a los mismos rabinos que, por error, lo llegaban a pronunciar
públicamente.
Se excluyó la lectura del nombre, ya que no el nombre mismo, del
texto sagrado. Sobre las cuatro consonantes del nombre, o tetragramatón, se
colocaron vocales (las del vocablo «Adonai», Señor), de manera que en todas las
ocasiones que al leer la Torá se hallaba el nombre de Jehová, se pronunciaba
«Adonai».
En el NT se halla el nombre empleado en el sentido
particular que se ha estado señalando. Es evidente que «creer en el nombre» de
Jesús (1 Jn. 5:13) es creer en Jesús mismo. El pedir a Dios que Su nombre «sea
santificado» es orar para que se reconozca y respete la santidad del mismo Dios
(cp. el lugar que toma el «nombre» en Hechos 3:16; 4:10, 12, 17, 30; 5:28, 40;
8:12, 16; 9:15-16, 28; 10:43; 19:17; 21:13; 26:9). Los nombres dados a Dios en
la Biblia dicen cómo es Dios.
Y lo dicen indudablemente mucho mejor que todos los
comentarios que puedan hacerse de Su persona.
(a)
ELOHIM.
Elohim es ciertamente una de las designaciones más antiguas
del Dios de la Revelación. Se halla en los relatos bíblicos de la creación y de
la época patriarcal. Sólo la Biblia conoce este término. Es cierto que tenía un
origen semítico: en las lenguas cananea y caldea Dios se llamaba El.
Indudablemente, se había preservado el antiguo nombre de Dios dado en la
revelación original, conocida por Noé, pero que quedó posteriormente rodeado de
conceptos paganos. Así, Abraham y sus descendientes retomaron el nombre de El
en su sentido originario, desvinculado de connotaciones paganas, para designar
a Dios. En Israel, este nombre asume un carácter más particular, viniendo a ser
el nombre propio del Dios único e incomparable.
Es así que se acompaña siempre con un adjetivo que destaca
un aspecto una virtud del mismo Dios El Shaddai (Dios Todopoderoso Gn. 17:1),
El Elión (Dios Altísimo Gn. 14:18), El Olam (Dios eterno Gn. 21:33), El Ganna
(Dios celoso Éx. 20:5), El Hai (Dios viviente Jos. 3:10). De todas maneras se
usa preferentemente la forma plural Elohim. Ciertos críticos han sostenido que
al ser Elohim un plural ello constituye prueba del politeísmo de los antiguos
hebreos. Sin embargo, la prueba de que esto es una falsa acusación la tenemos
en los adjetivos que acompañan al término Elohim de la Biblia, y que se hallan
siempre en forma singular. Así, en Gn. 1:1 se dice, no que Elohim (los dioses)
crearon, sino: Elohim creó (bórá). En realidad la forma plural de Dios en la
Biblia evoca un sentimiento de reverencia. Es un plural mayestático, el nombre
que sintetiza todas las perfecciones divinas.
Al mismo tiempo, insinúa la presencia de una pluralidad de
personas en el seno de la deidad. Cp. igualmente los consejos en el seno de
Dios: «Hagamos al hombre...» (Gn. 1:26) y «He aquí el hombre es como uno de
nosotros» (Gn. 3:22). Elohim se deriva de una raíz que significa «ser fuerte,
poderoso». Este nombre del Dios poderoso conviene particularmente al Creador de
Génesis 1, donde se emplea constantemente. Aparece 2.312 veces en el AT.
(b)
JEHOVÁ.
Éste es el nombre más empleado en el AT (6.499 veces). En
castellano se transcribe en esta forma. No se trata de un sustantivo, sino de
un calificativo que, en hebreo, se presenta en forma de un tetragrama: YHVH.
Éste es el nombre inefable, que los judíos no tenían derecho alguno a
pronunciar, y que debían sustituir en la lectura del texto sagrado por Señor
(mi Señor, Adonai). Es por esta lectura que los masoretas tuvieron la idea de
añadir a las cuatro consonantes YHVH las vocales que pertenecían al sustantivo
Señor (Adonai). El lector judío, así, no se equivocaba; sabía que tenía allí
dos nombres en uno, uno todo en vocales, el otro todo en consonantes. Más
tarde, los cristianos transcribieron erróneamente como «Jehová», dando así en
una sola palabra las dos juntas.
La verdadera transcripción debiera darse como YªHV'H, o
Yahveh. YHVH significa «Aquel que es». En este nombre encontramos a la vez la
afirmación metafísica del Ser eternamente presente (Yo soy), que está en el
origen y al final de toda existencia, Dios único, incomparable, sin
limitaciones, y la afirmación moral y espiritual de la fidelidad divina.
Yahveh, éste es el Dios que se relaciona con el hombre, y que le quiere dar Su
propia vida (la raíz de Yahveh es a la vez ser y vivir). La inmortalidad, la
verdad y la fidelidad quedan reunidas en Yahveh. Si «Elohim» destaca un
atributo de Dios, el poder, «Yahveh» revela con mayor fuerza Su propia esencia.
El uso de este último nombre muestra que se relaciona con el
Dios de la redención y del pacto que se revela al hombre para salvarle. Es
Elohim, el Creador, quien dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen» (Gn.
1:26); pero es como Yahveh-Elohim que entra en relación con el hombre a partir
de que éste toma su lugar en la escena, advirtiéndole, juzgándole,
prometiéndole salvación, revistiéndole de pieles de animales sacrificados (Gn.
2:7, 16; 3:9, 15, 21).
Otras expresiones compuestas con el mismo nombre completan
esta revelación de la providencia y de la salvación divina:
(A) «Yahveh-Jireh», Jehová proveerá (Gn. 22:13-14);
(B) «Yahveh-Rafah», Jehová que te sana (Éx. 15:26);
(C) «Yahveh-Nissi», Jehová mi bandera (Éx. 17:15);
(D) «Yahveh-Shalom», Jehová Paz (Jue. 6:24);
(E) «Yahveh-Raah», Jehová mi Pastor (Sal. 23:1);
(F) «Yahveh-Tsidkenu», Jehová nuestra justicia (Jer. 23:6).
En verdad, Jehová, el Dios salvador, responde a todas las
necesidades de nuestro ser. La teología crítica ha pretendido que el empleo de
los dos nombres Elohim y Yahveh denota en el texto bíblico dos autores
diferentes, el Elohísta y el Yahvista (sin hablar de otras «fuentes»
constantemente puestas al día; véase PENTATEUCO), que hubieran escrito mucho
tiempo después de Moisés, y con mucho tiempo entre sí.
Pero el argumento basado sobre los nombres divinos no
demuestra nada en absoluto: Sólo en Génesis, Elohim aparece 164 veces, y Yahveh
146 veces. ¿Acaso se puede recortar el texto en otros tantos fragmentos? ¿Y qué
se va a hacer del nombre Yahveh-Elohim (Jehová Dios), que aparece desde el
capítulo 2? ¿Se va a decir también que los otros nombres (Adonai, etc.) revelan
cada uno de ellos a un nuevo autor, distinto de los otros? Según los críticos,
el nombre de Jehová no hubiera sido revelado más que a partir de Moisés ante la
zarza ardiente, puesto que Dios le afirma: «Así dirás a los hijos de Israel: El
YO SOY me ha enviado a vosotros» (Yo soy, «Eheieh», ésta es la transcripción de
la 1ª persona de Yahveh; «Él» es, tal es el sentido verdadero de Su Persona).
El Señor añade, al enviar a Moisés: «Y aparecí a Abraham, a
Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre JEHOVÁ no me di a
conocer a ellos» (Éx. 3:15; 6:3). ¿Qué significa esta declaración, frente a
todo lo que hemos afirmado acerca de la presencia de Jehová en todas las
páginas del Génesis? Una explicación que se ajusta a la mentalidad oriental
acerca de la naturaleza de los hombres es como sigue: El Éxodo es por
excelencia el libro del pacto y de la redención. Dios se revela en el Éxodo
como nunca lo había hecho a los patriarcas, y ello no solamente a Su pueblo,
sino también a los egipcios y a Faraón. El rey exclamó: «¿Quién es Jehová?...
Yo no conozco a Jehová» (Éx. 5:2), y la respuesta del Señor vuelve como un
proverbio: .... y vosotros sabréis que yo soy Jehová» (Ez. 6:7; 7:5, 17, etc.,
cp. Ezequiel, donde esta expresión aparece más de 50 veces, p. ej., Ez. 5:13;
6:14, etc.). Así, conocer a Jehová es reconocer Su naturaleza, Su carácter, Su
soberanía, Su obra en juicio y salvación.
(c)
JEHOVÁ DE LOS EJÉRCITOS.
Jehová de los ejércitos. Expresión frecuentemente empleada
en el AT (Is. 54:5; Os. 12:6, etc.), más particularmente en los libros
preexílicos (Samuel, Reyes, Salmos, Isaías, Amós). Este nombre compuesto viene
a ser sinónimo de Creador todopoderoso, de dominador supremo, de Dueño de todo
el cosmos.
(d)
ADONAI.
Adonai, Señor, Dueño. Este nombre fue también aplicado ya
desde el principio al Dios de Israel (Gn. 15:2, 8; 18:3, 27, 30; Éx. 23:17;
34:23); se utiliza 427 veces en el AT, expresando la soberanía de Dios, y por
ello el sentimiento de dependencia de la creación, la noción de que el hombre
está al servicio de su Creador, a quien pertenece, y a quien debe su existencia
como el vasallo a su soberano.
(Notemos que el término «adonai» se emplea
también para un hombre; p. ej., Abraham es el «Señor» de Sara y de su siervo
(Gn. 18:12; 24:9, 10, 12). Moisés, amedrentado ante el servicio al que ha sido
llamado, emplea el nombre divino apropiado al decir: «¡Ay, Señor [Adonai]!,
nunca he sido hombre de fácil palabra. . . » Y es Jehová [Yahveh] quien le
promete Su presencia y ayuda eficaz (Éx. 4:10-17). El término Señor («Kurios»)
en el NT es el equivalente de «Adonai».
(e) EL
SANTO DE ISRAEL.
El Santo de Israel. En el libro de Isaías, Dios es
frecuentemente llamado el Santo de Israel, o solamente el Santo, para denotar
el Dios de Israel, o el Verdadero Dios (Is. 1:4; 5:19, 24; 6; 40:25, etc.). En
Ezequiel, Dios se hace conocer como Jehová, como el Dios poderoso y verdadero,
al manifestar Su santidad (Ez. 20:41 ss; 28:22; 36:2 etc. Es preciso señalar
que Dios jura por Su santidad, como jura por Sí mismo (Am. 4:2; Sal. 89:36; Gn.
22:16; Éx. 32:13; Jer. 22:5; Is. 45:23). La santidad parece ser sinónima con la
divinidad. La lectura de un libro como Levítico deja al lector convencido de
ello.
La santidad, considerada en Dios, no resulta ser tanto uno
de Sus atributos como Su mismo carácter. A través del AT, los textos en los que
se trata la santidad divina expresan a la vez Su inefable pureza, Su horror al
mal, su aborrecimiento contra el pecado, al igual que Su gloria, majestad,
elevación y Su grandeza supremas. La santidad de Dios está en estrecha relación
con Sus celos, Su ira y Su venganza. Su naturaleza celosa (Éx. 20:15) no es
nada más que Su santidad en acción (Oehler). En Ez. 38:18, 23 leemos que en Sus
celos e ira Jehová ejercerá Sus juicios sobre Israel y que así Él se
glorificará y santificará. La venganza de Dios es una consecuencia de Sus celos
y de Su ira (Nah. 1:2; Ez. 25:14, 17).
Los celos, la ira, y la venganza estallan cada vez que la
voluntad de Dios se enfrenta a la oposición de los hombres, cada vez que es
menospreciada y desobedecida. Al revelarse como santo, Dios intimaba a Israel
que ellos debían ser también santos (Lv. 11:44; 19:2; 20:7, 27; cp. 1 P. 1:16).
Esta orden queda, como vemos en la cita de 1 Pedro, reafirmada para los
creyentes del Nuevo Pacto.
(f)
PADRE.
El NT nos dice que Dios es luz, y que es
amor (1 Jn. 1:5; 4:8), pero aquí se trata de Su naturaleza y atributos y no de
nombres divinos. La revelación más sublime le da el título que resume para el
creyente todos los demás títulos y atributos: el de «Padre». El contenido y
sentido de este nombre nos ha sido revelado claramente por Jesucristo, por Sí
mismo, por la parábola del hijo pródigo (Lc. 15), el Padrenuestro (Lc. 11); por
Su oración sacerdotal (Jn. 17). Y esta revelación nos la ha dado en Su calidad
de «Hijo», y con el don total que consumó en el Calvario, donde Dios estaba en
Cristo, reconciliando consigo al mundo (2 Co. 5:19).
Pero Jehová estaba ya considerado como «Padre» en un sentido
nacional, e invocado como tal, desde el mismo AT. Recordemos las incomparables
estrofas del profeta Isaías: «Pues tú eres nuestro padre, si bien Abraham nos
ignora, e Israel no nos reconoce; tú, oh Jehová, eres nuestro padre; nuestro
Redentor perpetuo es tu nombre...» (Is. 63:16; 64:7). Sin embargo, hay más que
la idea del Dios que da la existencia a la nación, que la nutre, la protege, y
la salva en su territorio (Os. 11:1). Al releer los pasajes en los que los
escritores sagrados hablan de las relaciones entre Dios y el hombre, de la
indignidad de los pecadores al título de hijos de Dios (Is. 1:2; 30:1-9; Sal.
73:15); y los que atribuyen a Dios el título de «Salvador» (Sal. 106:21; Is.
43:3, 11; 49:26; 60:16; 63:8; Jer. 14:8; Sof. 3:17, etc.).
La paternidad divina se revela también en esta noción del
Dios-Salvador, que da por segunda vez la vida a Sus hijos. Así, a través de los
nombres de Dios, constatamos que la revelación bíblica se mantiene de una
manera coherente consigo misma desde sus orígenes, y que a través de las
diversas formas de Su Nombre se expresan a la vez el carácter, la identidad, la
voluntad, y los actos de Dios.
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